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    Jordi de la Fuente | Estado | 05.12.2008 Напечатать текущую страницу

    Jordi de la Fuente

    Estado

    Introducción

    “Está en la naturaleza del Estado el presentarse
    tanto con relació a sí mismo como frente a sus súbditos,
    como el objeto absoluto. Servir a su prosperidad,
    a su grandeza, a su poder, esa es la virtud suprema
    del patriotismo. El Estado no reconoce otra, todo lo que
    le sirve es bueno, todo lo que es contrario a sus intereses
    es declarado criminal; tal es la moral de los Estados.”
    Mihail Bakunin

    Mucho se especula sobre los límites del Estado como institución cuya función es la organización política de la sociedad dentro de un marco legal. Se piensa a cerca del marco legal, de su origen: ¿es obra del pueblo, de sus representantes? ¿O es todo ello un discurso que mantiene detrás del escenario al Estado, el que crea la legalidad, y el que perpetua el estado de cosas presente?

    En este artículo la intención es la de hacer de “abogado del diablo” a ojos de lo políticamente correcto, o mejor dicho, explicar prácticamente como si fuera el que escribe la misma boca del Estado; explicar la versión del Estado, como concepto puro, acerca de las teorías y las ideas expuestas por varios de los autores de referencia sobre la Teoría del Estado. El Estado entendido como si de un ente que de sí mismo toma conciencia y que pretende su supervivencia a toda costa: para él no hay límites; sus armas son la violencia que hace creer a sus súbditos que es legal y lícita, su ejército de funcionarios de todo tipo que funcionan trabajando en conjuntos a modo de órganos vivos, y su propio cerebro, este es, algo inmaterial, una conciencia intangible de perpetuidad del Estado. Esta conciencia no es más que los centenares de personajes que necesitan de un Estado vivo y que dicte un camino económico y político a seguir, sea de libre comercio o de intervencionismo total, sea tolerante con las opciones políticas en su interior o sea totalmente prohibitivo en este aspecto. Estos personajes tienen sus propios intereses, al margen incluso de la misma vida pública y de la política en la sociedad, pero que para el cumplimiento de ellos se sirven del Estado y se sirven de su influencia sobre los individuos.

    No se trata de la “palabra” del Estado totalitario, ni de un Estado leviatanesco imaginario: es la teoría del Estado en su crudeza más extrema, sin concesiones ni fisuras. No se trata de aplaudir ninguna concepción del Estado ni ninguna idea por muy tolerante o abominable que sea, simplemente exponer la idea que de sí mismo puede tener el Estado, como si de algo “vivo” se tratara. Esta concepción pasa inevitablemente por una idea bastante metafísica de lo que es el Estado, más allá de ideologías, y que nos remite constantemente, como veremos más adelante, a la dicotomía entre lo Moderno y lo Tradicional. Realmente, el Estado se concibe a sí mismo como un organismo tolerante con sus siervos pero ampliamente intolerante con sus enemigos, sean interiores o sean exteriores, con lo cual toda idea de legalidad democrática y de libertad se encuentra con los medios necesarios para la eliminación del contrario y de la represión, directa o indirecta, para asegurar la esterilización de la semilla de la disidencia.

    El artículo se centra en tres aspectos fundamentales para la reflexión sobre la Teoría del Estado de alguna forma “clásica” y su proyección en la actualidad: los elementos y legitimación del mismo; la violencia; y el papel del Estado en la era de la Globalización.

    El Estado: elementos, Poder y legitimación

    “El Estado es, pues, la encarnación de la libertad
    racional, realizándose y reconociéndose a sí mismo
    en una forma objetiva... El Estado es la Idea del Espíritu
    en la manifestación externa de la voluntad
    humana y su libertad.”
    Georg Wilhelm Friedrich Hegel

    La llamada ciencia política – que no es tal ciencia - y las distintas disciplinas que tratan de estudiar la naturaleza del Estado le confieren tres elementos sin los cuales no se puede concebir ninguna organización estatal: territorio, población y gobierno. Sin embargo, el debate sobre en qué consisten específicamente los tres elementos es largo e intenso.

    Los tres elementos se interrelacionan y carecen de significado completo si se les separa. No podemos concebir un Estado sin territorio, ni sin población, ni sin gobierno. Pero aunque parezcan conceptos evidentes, deben ser definidos, desde la óptica estrictamente estatal:

    Territorio: espacio geográfico sobre la población y la tierra del cuál el Estado ejerce su Poder exclusivo. No viene definido tanto por su Población como por su Gobierno: el territorio puede abarcar amplias zonas geográficas cuyos habitantes son muy diversos y muy distintos entre sí, pero sobre los que se ejerce un Poder directo. Su soberanía es “sagrada” 1, convirtiendo la violación de sus fronteras o la segregación del territorio en una afrenta agresiva.

    Población: conjunto de individuos que viven bajo el Poder de un Estado. Es el elemento más dependiente del resto por su carácter material y moral – no es una mera parcela, no es Territorio, son vidas humanas – y por su vulnerabilidad – no ejerce el Poder como el Gobierno. Según el marco legal, a la Población pertenece todo ciudadano en situación regular en el país.

    Gobierno: aparato de Poder, el cual es ejercido mediante el instrumento de la Administración Pública, un tejido de instituciones y de personal a disposición del Gobierno para implementar políticas.

    En las tres definiciones básicas aparece la palabra “Poder”, con mayúscula. Su significado es el que sigue: el Poder con mayúscula es el derecho legal al uso de la violencia física y no-física ante todo individuo o “adversario” del Estado. Es el Estado, entendido como Gobierno y Administración, el único titular del Poder, indelegable por definición a otros sujetos, tales como empresas con afán de lucro o asociaciones de individuos – no así a otras formas de Gobierno superiores, tales como una federación o un Estado nuevo centralizado .

    ¿Cuál es la justificación de estos tres elementos, cuál es su legitimidad intrínseca? Toda y ninguna. Esta espuria respuesta tiene su lógica: los tres elementos son estrictamente necesarios, pero su legitimación es más discutible. Existen dos grandes ópticas que se han enfrentado de forma especialmente intensa desde las Revoluciones Burguesas del siglo XVIII: la democrática y la aristocrática:

    La democrática trata de justificar toda legitimación desde la voluntad popular, la voluntad de los individuos. No está claramente delimitado el qué se entiende por mayoría, la necesaria para aprobar una decisión democráticamente, porque puede ser una mayoría muy reducida o una muy amplia; sea como sea, siempre se excluye a una parte de los votantes ( y teniendo en cuenta que fueran todos capaces y con derecho a votar ). Desde esta óptica, toda decisión aprobada por la mayoría ( alejándonos del debate de “quién” es el que propone tal decisión, que no acostumbra a ser el conjunto si no un individuo ) es sagrada. La contradicción se establece cuando la decisión democrática luego no es del agrado de unos cuantos o fruto de arrepentimiento y queja, con lo que se establece un conflicto eterno en toda decisión: contentos contra detractores.

    El Gobierno de “los más”.

    La aristocrática aboga por la legitimación natural, esta es, la basada en la jerarquía. Esta jerarquía puede derivar de la Naturaleza – lo que podríamos llamar “inspiración animalística” – o bien de la Vitud – jerarquía según capacidad de dirección, organización y desempeño de unas tareas concretas. Las decisiones, pues, son tomadas por una élite pretendidamente “virtuosa” la cuál es obedecida sin más precisamente por esta distinción entre pueblo no-virtuoso y élite virtuosa. La aristocracia puede oír la demanda popular mediante mecanismos más o menos representativos – parlamentos limitados, cámaras corporativas, por ejemplo -, aunque la última decisión recae en ella misma; detenta un Poder total con la virtud incluso de delegarlo en refrendo al pueblo si complace de forma temporal ( caso de un referéndum libre en una dictadura ). El conflicto aparece entre élites rivales, o bien debido a la perversión progresiva de la aristocracia y la clase dirigente, ejemplificada en casos de corrupción económica, arbitrariedad, arribismo, regalismo, afán de protagonismo... y demás vicios humanos. Fichte abogaba por ella expresando que “la nobleza no tiene razón de ser si no es capaz de poner jefes a disposición del pueblo.”

    El Gobierno de “los mejores”.

    Visto ya lo que es el Poder según el Estado y la legitimidad, se puede entrar en la cuestión de los tres elementos de nuevo, profundizándolos.

    La Revolución Francesa Burguesa trajo consigo el fortalecimiento de una idea: la forja del Estado-Nación como vía única sostenible para el desarrollo de la nueva política moderna y progresista. En ese contexto, la palabra “nación” no era más que el conjunto de los individuos que poblaban Francia, puestos bajo el manto legal de una Constitución.

    Pero esencialmente el concepto de “nación” es nuevo, moderno, posterior al Estado. El Estado no entiende de naciones ni de construcciones modernas en tanto en cuanto él es anterior como idea y como ente. La definición del ámbito político democrático occidental actual de “nación” es la de un conjunto de individuos con características culturales comunes que reivindican su condición como comunidad en un territorio concreto en el cual su comunidad vive y se desarrolla. Analizando los tres elementos componentes del Estado – Territorio, Población y Gobierno – con el concepto nacional nos encontramos con diversos puntos respecto a la geopolítica, la plurinacionalidad y el gobierno en ella.

    El Territorio no lo define tanto el grueso poblacional o la gente que se siente identificada con una comunidad representada organizadamente como el mismo Estado, que traza las fronteras que delimitan su espacio de acción. Las fronteras son el fruto de siglos de disputas con otros Estados ( que no necesariamente tienen que ser vecinos, como sería el caso de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial con Alemania ). Su extensión dependerá del acuerdo violento o no con los demás Estados, pero la voluntad general es la de asegurarse un espacio mínimo en el que desarrollar su actividad normal. En este aspecto se pueden incluir juicios de valor, como que este espacio mínimo obedece al espacio dónde la Población del Estado reside, o bien el espacio que “necesita para su Población”, definición del Lebensraum – espacio vital – propio de la política germánica de principios de siglo y concepto que hoy sigue teniendo un valor muy poco considerado por las ciencias sociales ( y en especial por la “ciencia” política ).

    El Estado, más que buscar un espacio para sí mismo, busca un espacio de influencia para sí; entra en juego la geopolítica. El Territorio puede reconfigurarse cuantas veces sea necesario para poder llegar a una meta ideal política. Esta reconfiguración tiende a la expansión territorial de influencia legal y no legal del Estado, entendiendo por legal la ampliación física del Estado – por necesidad depende de qué meta se fije – y por no legal la influencia política, económica, militar, religiosa o de cualquier índole sobre otro territorio. En este sentido, el Estado pasa de ser una mera red de instituciones para pasar a ser un Todo en busca de algo, y para ello busca todos los medios de los que dispone y de los que puede disponer para llevarlo a cabo. El caso del mesianismo norteamericano es muy claro: el ideal de “democracia para todo el Planeta” consiste en exportar un sistema de valores mesiánico, protestante-calvinista, talasocrático ( un “reino del mar” basado en el comercio y en el individualismo como las dos facetas elevadoras de la persona ), profundamente moderno, progresista y anti-tradicional. Para ello se sirve de una economía de influencia que se extiende desde las finanzas hasta las empresas multinacionales, abarcando cuanto es posible abarcar en un espacio ampliado a escala planetaria. El área de influencia es Occidente, aunque hoy ya haya sido reemplazado por el Planeta entero. Esta idea de “democracia para todo el Planeta” tiene un mensaje intrínseco de liderazgo y de preparación del globo para el “paraíso en la Tierra” propio de la tradición judeo-cristiana, pero reafirmado de forma laica en los valores del progreso indefinido y bienestar material de la Ilustración.

    Para todo ello EE.UU. seguía muy claramente la idea del Grossraum schmittiano, encarnado como el autor decía en la Doctrina Monroe: América para los americanos – o lo que viene a decir de forma encriptada: América para los estadounidenses. El enemigo, el oponente, han sido aquellos que han contrapuesto a la idea de la Modernidad ilustrada la de la Tradición aristocrática pre-revolucionaria: la Europa de los fascismos, la URSS más stalinista y ortodoxa, los Islamismos Revolucionarios, la China de Mao, el Japón imperial, etcétera. El caso fascista es claro por su voluntad antimoderna– incompleta, por circunstancias históricas tal vez –; la del islamismo por su carácter antidemocrático y profundamente religioso, en el que religión, cultura y tradición son uno; el caso de los comunismos totalitarios fue el de una nueva élite jerárquica y totalmente organizada, una nueva aristocracia profundamente antidemocrática; lo mismo vale decir para el Japón nostálgico que quiso combinar como el fascismo tecnología y Tradición. Como vemos, la contraposición más básica es la “democracia”. Obviamente, ni EE.UU. ni ningún país es una democracia perfecta, ni pretende serlo: lo que pretendo explicar es que EE.UU. se ha abanderado con la idea “democrática” o de “Progreso”, mientras que los opositores han abanderado la de “aristocracia” o “Tradición”. La dicotomía última es el “más” o el “mejor”.

    Extrapolando, es el Estado el que busca su supervivencia combinando su desarrollo interior con la armonía exterior, una PAX que le lleve a la estabilidad dentro y fuera de sus fronteras.

    En cuanto a la Población, ya hemos visto que no es el condicionante máximo del Territorio. Puede ser un motivo, pero no siempre. Y la Población se identifica con la Nación: existe hoy la igualdad Nación = Pueblo. Justamente en Europa una consigna actual es la de “la Europa de los Pueblos”, contrapuesta a la de los Estados-nación vigentes, de manera que se propone un nuevo modelo internacional basado en el principio de autodeterminación de los pueblos – primero leninista, luego wilsoniano -. Pero la realidad para el Estado es otra, porque desde el control político de la información, a modo de filtro o a modo de “adoctrinamiento”, se pueden “crear” naciones según convenga. Este es el caso de muchos de los Estados-nación actuales: de la existencia de varias naciones ( entendidas como pueblos ), un poder político mayor se apodera del control de los poderes políticos menores encarnados en estos pueblos y erige un Poder único, el cual según convenga puede establecer la existencia de un solo demos, denominar al conjunto como Nación y establecer un discurso oficial entorno a ello, un nuevo patriotismo. Por lo tanto, la Población para el Estado no tiene porqué ser homogénea en su carácter identitario en la mayoría de sus niveles ( económico, cultural, social, étnico, etcétera ), ni que tenga esa voluntad inicial de serlo. Tenemos ejemplos claros: el caso de Rusia, con población del más variado origen asiático en su interior; los Estados Unidos, melting-pot por excelencia; la misma Francia y sus ciudadanos de origen colonial, así como idéntico caso del Reino Unido sumados a identidades de origen céltico, y así un largo listado. Pocas son las voces en su seno que proclaman la división “por identidades” en esos Estados, porque ha sido desde la política que se han creado nuevas naciones. Es, por tanto, y a efectos prácticos, la capacidad disuasoria del Poder político la que determinará la cohesión social alrededor de una bandera o de un lema la que determinará la existencia de una Nación. Las teorías sobre lo que es una Nación seguirán en pie, pero la práctica es siempre distinta. Pocos son los gobiernos que han aplicado una teoría de la Nación al pie de la letra – el caso del nacional-socialismo en el Tercer Reich podría ponerse como ejemplo -, y teniendo en cuenta que muy probablemente sea una teoría de la Nación exclusiva o muy personal, característica del lugar, la Weltanschauung o el folklore – el ejemplo anterior sigue siendo el más próximo y claro.

    Es así como es perfectamente posible estructurar un Estado plurinacional, democrático o no. Se puede crear una nueva nación aglutinante, con la cuál “desaparecen” las naciones integrantes, desde vías democráticas o no. Como dijo Sieyés, “Francia no ha de ser una nación-ensamblaje de pequeñas naciones que se gobiernen separadamente como democracias. No es una colección de Estados. Es un todo único compuesto de partes integrantes, partes que no pueden tener una existencia propia por separado, porque no son todos, sino partes que forman un todo.” Otra solución es la armonización de dos realidades distintas, como es el caso belga: los antes independentistas flamencos, como es el caso de los identitarios flamencos, cesan en su discurso soberanista y se centran en el diferencialismo con los valones y en un europeísmo superador de fronteras. Por otro lado en ese mismo Estado, la extrema derecha, que se le escapa de las bases sus militantes identitarios, sigue con un discurso xenófobo y occidentalista, pero va en retroceso a favor de la “sangre nueva” identitaria, que no separatista y seguidora del modelo clásico y burgués de la Revolución Francesa que no pocos movimientos llamados identitarios no logran sacarse de encima en pos de la búsqueda erróneamente direccionada de lo más “contracultural” o pretendidamente alternativo. La última solución visible hasta el momento es un sistema muy intervencionista en la cuestión plurinacional, en el que la educación, la política y la misma vida diaria estén impregnadas de un mensaje de solidarismo entre las naciones que componen un Estado, como fue el caso de la antigua Yugoslavia, con más o menos éxito ( al menos antes de la muerte de Tito y del impulso neonacionalista de los federados ). Esta solución no es demasiado accesible en principio para un Estado de Derecho democrático o que así pretende serlo, pero si con un gobierno autoritario o totalitario. Y es que, en palabras del economista y miembro del Club de Roma Bertrand de Jouvenel, “no se puede pasar de la pequeña sociedad a la grande por el mismo proceso. Es necesario para ello un factor de coagulación que, en la mayor parte de los casos, no es el instinto de asociación, sino el instinto de dominación. Todo gran conjunto debe su existencia al instinto de dominación.” Una tal vez transversal respuesta a todo ello es la idea de Imperivm romana, en la que la existencia de un centro político fuerte no supone la extinción de otros entes políticos periféricos integrados bajo una unidad metapolítica – en tanto en cuanto Roma tenía una “misión” para con el Mundo - , comercial y militar – ambas puramente complementarias de la primera. No supuso la imposición a todo el territorio de la forma de ser de Roma ( tal vez el caso más claro de permanencia de la identidad regional era el de los pueblos semitas y circundantes bajo control romano ), pero sí del compartir una meta histórica en la que Roma se veía como preservadora. Al fin y al cabo, Vladimir Illich Ullianov “Lenin” da una herramienta cuando dice “Hacer de la causa del pueblo la causa de la Nación, y de la causa de la Nación la causa del pueblo”, que podemos parafrasear en “hacer de la causa de la Población la causa del Estado, y de la causa del Estado la causa de la Población”, hasta llegar a Benito Mussolini cuando dice “El pueblo es el cuerpo del Estado y el Estado es el espíritu del pueblo. En la doctrina fascista, el pueblo es el Estado y el Estado es el pueblo.”

    Por último, el Gobierno es un elemento que puede tornarse de discordia para el Estado. Es un cuerpo de políticos con unas intenciones que pueden chocar con las tareas normales administrativas, porque aunque la mayor parte de las veces los que acceden a los palacios ministeriales pululan un espectro político parecido y no discordante con el Sistema político liberal en el que se desarrolla Occidente, se puede dar el caso de la llegada de políticos idealistas o incluso rupturistas. La tarea del Estado es mantener el estado de cosas imperante y un orden en la sociedad sin desmedida aparente. Este conflicto se resolverá o con la victoria total de una de las dos partes, doblegando las obligaciones o deseos de la otra parte, o bien llegando a un consenso: que el cambio estructural sea paulatino previa negociación de ello. De todas formas, difícilmente el Estado estará dispuesto a cambiar su forma de ser por la influencia de los recién llegados, aunque en el caso de contar con suficientes partidarios estratégicamente posicionados en el entramado administrativo los políticos pueden moldear con mayor margen a su gusto las estructuras, caso ocurrido en todo gobierno rupturista, a veces revolucionario, a veces reaccionario, pero en esencia poderoso y ansioso de llevar un proyecto nuevo, aunque se tienda hacia posturas netamente anti-democráticas.

    El Gobierno no es necesariamente el de la Nación, porque puede ser el de las naciones, fundidas en una a propósito, accidentalmente o diferenciadas en pos de un objetivo macro-político único.

    El Estado, pues, presenta múltiples paradojas, pero ineludiblemente ostenta una fuerza superior a merced de su clase dirigente del momento. Sean cuales sean las dudas y esfuerzos de justificación de tal Poder, lo cierto es que no han servido de mucho, porque esta situación de subordinación a un Poder se perpetua desde los anales de la Historia. El Estado entiende que él mismo es un hecho natural, inevitable, que el “estado de naturaleza” hobbesiano o rousseauniano no existe como tal, porque siempre existió “alguien por encima de otro”. Aunque también, al margen de la jerarquía, puede justificarse como decía José Ortega y Gasset: “El Estado comienza cuando los grupos separados por su nacimiento se ven obligados a vivir en comunidad. Esta obligación no es precisamente violencia: supone un proyecto que incita a la colaboración, una tarea común propuesta a grupos dispersos. Ante todo el Estado es el proyecto de una acción y un programa de colaboración. Se hace un llamamiento a la gente para que hagan algo juntos. El Estado no es consanguinidad, ni unidad lingüística, ni unidad territorial, ni continuidad de hábitos.” El Estado nace irremediablemente, entendiendo el Estado como comunidad de individuos organizados. El Estado es, a partir de aquí, lo que él quiera ser, seduciendo o adoctrinando a sus miembros – al contrario que dice Ortega: consanguinidad, unidad lingüística o hábitos definidos. El Estado, pues, nace como agregado social y posiblemente siguiendo la tónica que Carl Schmitt identifica para bloques geopolíticos o grandes naciones según su teoría del Grossraum: el Estado según esta parafraseología surgiría de la misma existencia de otro Estado oponente. El Estado nace con una idea, la que encarna la comunidad que lo compone, que se contrapone con la idea del Estado-oponente. Extrapolando casos, esta visión es aún más clara en el caso de los Estados formados como escisión de otros: el incipiente encuentra en su antiguo “abrigo” un claro oponente. Sin embargo, y a todo esto, sigue siendo válido para el Estado el pensamiento de la formación natural no necesariamente por contrariedad a otra realidad ya dada.

    La violencia y el Estado

    “La libertad está en la potencia.”
    Thomas Hobbes

    “...haga, pues, el príncipe lo necesario para vencer y mantener
    el estado, y los medios que utilice siempre serán considerados
    honrados y serán alabados por todos...”
    Nicolai Maquiavelo

    Es materia de discusión desde que se cuestionó el Poder aquella potestad exclusiva estatal de la violencia legítima. Por violencia legítima entendemos aquella que se realiza dentro de los márgenes legales por instituciones públicas y cuya responsabilidad asumen ellas mismas y el Estado. Todo acto violento que sea exterior a estos marcos legales, y efectuado por personal ajeno al poder público, es motivo de penalización. Y se entiende que esta violencia ilegal puede ir encaminada al cuestionamiento, cuando no a la aniquilación, del sistema político y el orden social imperante del momento. Si esto es así, toda amenaza de quebrantamiento de las estructuras y movimientos que efectúa Gobierno y Estado debe ser destruida. Las teorías políticas democráticas abogan por la eliminación de tales amenazas desde la legalidad y el respeto a los Derechos Humanos, aunque es sabido y comprobado que no es tan sencillo el respeto a todo ello, ni tampoco existe este deseo realmente desde la definición del Estado; es este mismo el que se perpetúa y sobrevive merced a su actividad y a hacer imposible la actividad de cuantos pretendan perturbar el orden. Según Karl Marx, el Estado es una institución violenta al servicio de la clase dominante, con lo que la violencia es propia de tal clase; no se cumple la predicción de Marx en el sentido de que la violencia es recurrida por todo individuo ante el peligro de no ver satisfechos sus necesidades, y en segundo plano sus intereses. Aún así, más adelante encontramos testimonios que seguían bajo tales parámetros, como Iosif “Stalin”: “El Estado es una máquina puesta en manos de la clase dominante para aplastar la resistencia de sus enemigos de clase. En este sentido, la dictadura del proletariado realmente no se distingue en nada de la dictadura de cualquier otra clase, pues el Estado proletario es una máquina para aplastar a la burguesía.”

    Desde una óptica plenamente estatalista y metafísica, la violencia ejercida desde el Poder nunca será “criminal” porque busca la perpetuación de dicho Poder y del estado de cosas imperante, sin atender a intereses particulares ni beneficios; se torna “criminal” en el momento en que el Poder está manipulado por intereses y particularidades ajenas al hecho de gobernar de una sociedad y del mantenimiento de un orden social.

    A todo ello, Hanna Arendt en su texto “Sobre la violencia”, explica qué entiende por tal y cómo se organiza. La violencia 2 sería la técnica principal de la Dominación, la cual es ni más ni menos que el Gobierno. El cuadro siguiente ilustra los ámbitos que Arendt interrelaciona, aunque permanezcan separados 3:

    La violencia para Arendt es simplemente una manifestación del Gobierno, un elemento formador del Estado; al igual que Marx, la violencia se manifiesta en virtud de quién detente el gobierno del momento, que según el filósofo, es siempre la misma clase social. Observamos como Arendt realiza dicotomías casi gnósticas que sólo existen en el ámbito de Dominación y de Autoridad, es decir, de lo relacionado con el gobierno y el conocimiento científico y social, al margen de la base de la sociedad, esta es, individuos y colectivos populares. Considera la autora que el Poder no es detentado a la postre por ningún grupo que detenta el monopolio de la violencia, ni tampoco por un grupo que tiene la información y el “saber”, sinó que recae en el pueblo, en la Población como elemento formal del Estado. Su soporte es crucial para que el edificio gubernamental y científico se mantenga, evitando despotismos. La Autoridad puede auto-legitimarse por el hecho mismo de concentrar en sí misma el conocimiento, lo científico, lo conceptual desde lo teórico y desde lo empírico. La Dominación, a diferencia de la Autoridad, debe estar legitimada en todo caso por el Poder, esto es, la Población legitimando siempre al Gobierno. En el momento en que esta relación entra en crisis, el Gobierno deja de estar legitimado y el Poder busca nuevas vías de sentir la justicia y el orden por y para el pueblo.

    Estas relaciones no son entendidas así por el Estado. Más allá de ideas y de conceptos, el Estado entiende básicamente, como producto de la Historia y la Naturaleza humana, que el Poder queda concentrado no en la Población, sinó en una Élite que surge de ella. Esta Élite crea la Autoridad, porque ella, al ser la “iluminada” o la “dichosa” es la que detenta el “saber hacer” y las herramientas para el Gobierno, es decir, que ella asciende y alcanza la Dominación para los fines que crea necesarios – suponiendo, desde la perspectiva del Poder puro, la realización de un orden social para la Población -, y para alcanzarlos, puede usar la violencia. La violencia queda legitimada entonces porque está ejercida por la Élite gobernante, surgida entre la Población que ha visto representada en ella su esperanza o interés, que posee por tanto la Autoridad como conocimiento, porque sin él no puede gobernar, y que para ejercer el Poder se necesita de la violencia, consentida ya por la Población. El Poder no reside en una masa informe de comunidades ( en la forma de pensar continental ) o de individuos ( en la forma de pensar anglosajona ), sinó en la Élite selecta. Y si esta minoría se corrompe, o no posee realmente el saber y por ende la Autoridad, o no es ni tan sólo una verdadera Élite entendida como una Aristocracia, virtuosos del gobernar, será relegada por una nueva Élite a la espera, tal y como las teoría de Wilfredo Pareto de la circulación de las élites indican, siendo el cambio cíclico, y no lineal, tal y como la Historia se puede explicar de forma lineal-progresista o circular-tradicional. Por tanto, el cuadro sería así modificado:

    La Élite una vez ascendida puede impregnar, mediante la violencia, de sus valores a toda la masa y por tanto evitar su reemplazo por otra Élite. El juego del cambio reside en la lucha entre élites distintas, con visiones a veces contrapuestas de cómo gobernar, y algunas con intereses particulares y materiales al margen y substituyendo a la voluntad de gobierno.

    Existen para Arendt una voluntad de poder y una voluntad de sumisión interconectadas 4. Esta relación es justamente la que justifica toda existencia de diferencias más allá de diferencias económicas: las aptitudes, capacidades de liderazgo y las “castas” familiares que transportan supuestamente ciertos valores y características se transforman así en élites. Estos son los hombres “líderes”, protectores y organizadores, en contraposición a los hombres “siervos”, protegidos e incapaces de organizarse por sí solos de forma óptima. Cuando la misma autora habla que en las ciudades-estado griegas y en la política romana clásicas no se basaban en la idea de sumisión, de acatamiento de una realidad mandato-obediencia, se encamina equivocadamente en dar la razón a la Ilustración del siglo XVIII, que no se reflejaba en esta relación social de poder. Los Ilustrados, pensando en el progreso infinito, creían que la soberanía popular comportaría a la extinción de la explotación “del hombre por el hombre” y con ello se llegaría a una sociedad justa, el “Paraíso en la Tierra” mesiánico y materialista. Nada más lejos que esto, las ideas clásicas de relaciones sociales de poder no creían en este paraíso ni en nada parecido, en tanto en cuanto concebían la vida como algo cíclico – derivado de los mismos credos paganos de la época, relacionados con el advenimiento de una nueva era después de la entonces presente, después de un cataclismo, como el Ragnarök germánico o el Kali-Yuga hindú similares al Apocalipsis judeocristiano – y que tras la crisis venía la revolución, entendida como “re-evolución”, significado etimológico real de la expresión, es decir, volver a hacer la evolución – al contrario que la tradición judeocristiana del Apocalipsis. Estas ideas clásicas eran antifeudales, en el sentido de carecer de la perversión justificante de la religiosidad, de carecer del concepto de “señor-siervos” territorial e independiente de una Comunidad, de la voluntad de construir un Todo bajo un propósito ideal. Además de ello, la Aristocracia representaba el Poder basado en leyes inmateriales, intemporales – las que la Tradición en mayúscula se refiere en contraposición a las creadas por la Modernidad-progresista de forma metafísica – la cual quedaba sujeta a ellas y creaba unas de nuevas dentro de estos márgenes para la gestión diaria de la vida, quedando controlada tal élite y organizando al pueblo; por otro lado, la Plebe representaba la Base que aceptaba las leyes inmateriales como lo hacía la Aristocracia porque les aportaban unos beneficios ( como el no preocuparse por motivos complejos de organización social o de procurar el alimento a la Comunidad ). Porque según Edmund Burke “para permitir a los hombres actuar con el valor y el carácter de un pueblo, debemos suponer que se hallan en este Estado de disciplina social en el que los más sabios, más expertos y más afortunados guían, y al guiar instruyen y protegen a los más débiles, los más ignorantes y los menos favorecidos por los bienes de la fortuna.”

    Es de esta forma que nace el Estado, y que dentro de sí mismo descansa intrínsecamente esta idea de superposición de unos sobre otros, de los capacitados sobre los organizados. Finalmente, como escribió el filósofo prusiano Treitschke, “La grandeza del Estado radica precisamente en su poder de unir el pasado con el presente y el futuro, y, por lo tanto, ningún individuo tiene derecho a considerar al Estado como el sirviente de sus propios objetivos, sino que está obligado, por deber moral y necesidad física, a subordinarse a él, mientras que el Estado está sometido a la obligación de ocuparse de la vida de sus ciudadanos, extendiendo a ellos su ayuda y su protección.”

    La conclusión a la que debemos llegar aquí es que el Estado como idea pura se desentiende de quién gane en unas simples elecciones, por ejemplo, siempre que sea él el que siga rigiendo el sistema estructural económico y social. Es por ello que cuando el Estado ve en peligro esta supremacía reacciona en pos de mantener su posición.

    Globalización y Estado

    “Pero la realidad histórica no conoce ideales, sino hechos.
    No hay verdades: hay realidades. No hay razones, ni de justicia,
    ni de conciliación, ni de fin: sólo hay hechos. El que no lo comprenda
    que escriba libros de política, pero que renuncie a hacerla.”
    Oswald Spengler

    Ante todo, es imperativo definir qué se entiende por un concepto tan últimamente tan utilizado pero tan poco comprendido, y desde ópticas distintas; además, hace falta conocer el progreso de esta Globalización para entender qué puede “temer” el Estado de ella.

    Podemos encontrar dos definiciones contrapuestas:

    Globalización: interdependencia económica creciente del conjunto de los países del mundo, provocada por el aumento del volumen y la variedad de las transacciones transfronterizas de bienes y servicios, así como los flujos internacionales de capitales, al tiempo que la difusión acelerada y generalizada de la tecnología.

    Globalización: método del que se sirve el capitalismo imperialista para subyugar a pueblos y naciones de todo el mundo, homogeneizar la cultura, la tradición, la vida y la sociedad, así como la economía y el trabajo.

    Leyendo cada interpretación, se puede llegar a deducir la fuente de cada una: la primera pertenece al FMI ( Fondo Monetario Internacional ), y la segunda podría ser la visión de cualquier persona con ideas contrarias a la globalización. En términos más neutrales y objetivos, la Globalización se define como la revolución de la comunicación entre seres humanos, que los ha hecho más interdependientes entre sí; un proceso de naturaleza económica, política y cultural por el cual las políticas nacionales tienen cada vez menos importancia y las políticas internacionales, aquellas que se deciden en centros más alejados de la vida cotidiana de los ciudadanos, cada vez más.

    La Globalización puede ser interpretada como una fase más del capitalismo como sistema económico imperante, un “imperialismo económico” que a partir del dominio de este factor puede extender su influencia en todos los demás, desde pautas de conducta hasta identidades culturales y religiosas, y que esta fase lleva en marcha desde o bien el triunfo de las Revoluciones Americana y Francesa, o bien desde la incipiente industrialización de los países llamados occidentales.

    Según otras fuentes más economicistas, podemos afirmar que han existido dos oleadas de globalización, separadas por las guerras mundiales: la primera se inició en la década de los años 70 del siglo XIX ( los años de la insurrección revolucionaria de la Comuna de París en 1870-1871 ) y se prolongó hasta 1914 al empezar la Primera Guerra Mundial. En esta etapa, el Norte geopolítico del mundo se industrializó y lo contrario en el Sur, lo que provocó una terrible divergencia de la renta y la riqueza entre las zonas del mundo.

    La segunda oleada de globalización comenzó en los años 60 del siglo XX y todavía continua hoy. No se ha desarrollado una globalización lineal en estas cuatro décadas, en el sentido que evoluciona marcando expansiones y contracciones continuamente; se reducía el ímpetu planetario en las dificultades ( como sucedió en las crisis del petróleo de los años 1973 y 1979 ) y se aceleraba en la parte alta del ciclo económico. Se produce otra vez un crecimiento de la desigualdad entre distintas zonas del planeta y, como novedad, dentro de cada sociedad: el sur del Norte y el norte del Sur.

    Dentro de esta segunda etapa, podemos distinguir una subetapa que estamos viviendo actualmente, en la que la globalización acelera una de sus principales tendencias: la financiera. Se ha debido a la revolución conservadora de los gobiernos de EEUU y Reino Unido de Ronald Reagan y Margareth Thatcher respectivamente:

    Libertad absoluta de los movimientos de capitales.

    Libertad relativa de los movimientos de mercancías y servicios, con las limitaciones que establecen los países ricos para que no entren en ellos, sin aranceles y barreras, los productos competitivos de las zonas pobres del planeta.

    Limitaciones crecientes al libre movimiento de personas, que se multiplican con las migraciones masivas del tercer y Segundo al Primer Mundo.

    Justamente, como antes se ha citado, esta Globalización ha venido marcada por fases de expansión y contracción, en tanto en cuanto la economía, como aparente o tal vez real motor de ella, ha ido evolucionando según los ciclos del capitalismo. Por otro lado, es posible comparar estas fases de Globalización con las teorías de Samuel Huntington acerca de las “oleadas de democratización”, entendidas como “un conjunto de transiciones de un régimen no democrático a otro democrático, que ocurren en determinado periodo de tiempo y que superan significativamente a las transiciones en dirección opuesta durante ese periodo. Una ola también implica habitualmente la liberalización o la democratización parcial en sistemas que no se convierten por completo en democráticos”. 5

    Para el autor han habido tres olas de democratización, seguidas de una “contra-ola”: ascenso tras la Primera Guerra Mundial, descenso durante el periodo de entre guerras, ascenso tras la Segunda Guerra Mundial y descenso tras la crisis energética de 1973, y un ascenso posterior en el cual hoy seguimos “embarcados” y del que no se ha producido una recesión todavía – tal vez el autor no haya tenido en cuenta el matiz autoritario de ciertas democracias como Venezuela o Israel y el cariz que están tomando descaradamente antidemocrático otras, como la Federación Rusa o Mongolia.

    Aunque el paralelismo comparativo no sea perfecto, se perciben ciertas coincidencias con la aparición de regímenes democráticos, tendientes a una economía más liberal y de mercado, con la expansión de la Globalización. Justamente el Estado, buscando su mayor realización como potencia con el desarrollo rápido de la economía mediante la técnica capitalista, ha ido engendrando a su supuesto peor enemigo de toda su existencia.

    Actualmente se discute de que el papel del Estado, y más en concreto el del Estado-nación, está en declive. Las razones para corroborar esta afirmación residen en la naturaleza de la Globalización: la transfronterización, el cosmopolitismo universal y el gobierno supraestatal, es decir, la negación de los tres elementos puros del Estado, Territorio, Población y Gobierno. En este sentido, cabe analizar los nuevos alter-elementos generados:

    Transfronterización: la Globalización se caracteriza por una relación física tan conocida como la de la velocidad igual a espacio entre tiempo ( V = E/T ). Significa que a un mayor espacio que abarca la Globalización como fenómeno económico, contra más se expande el mercado mundial capitalista hacia nuevos Estados y regiones, y a un menor tiempo todo ello facilitado por el avance impresionante de las tecnologías y las telecomunicaciones, la velocidad aumenta de una forma espectacular. De esta forma afirmamos que la Globalización es cada día más rápida, y que su espacio es mayor ante la eliminación de aranceles comerciales, la internacionalización de los mercados de las finanzas, el florecimiento de grandes empresas multinacionales “apátridas” cuya sede social se encuentra en el Estado donde más se vean favorecidos según tasas e intereses. Podemos afirmar que las fronteras se reducen a lo político estrictamente, y que chocan de lleno con el discurso humanista y cosmopolita siguiente.

    Cosmopolitismo universal: lo que antes caracterizaba al Estado era el poder aglutinar en su interior a un conjunto de comunidades e individuos de origen idéntico o similar, cuando no distinto, pero que el Estado mismo se ha encargado de “hermanar” de manera que la identificación de sus posibles distintos grupos sociales de identidades etnoculturales se identifiquen con ese mismo proyecto político único. Hoy en día la realidad económica del Tercer Mundo obliga a sus habitantes a buscar la prosperidad en otras tierras distintas a las de origen, y esas “tierras prometidas” son los Estados del llamado Occidente. Esto crea un nuevo escenario de convivencia entre identidades antes estatales ( caso español ) o sub-estatales ( como el caso catalán ) e identidades foráneas completamente distintas a las recibidoras de nueva población. Ello, acompañado de un discurso de humanismo fraternalista, de “patria mundial” y de Derechos Humanos Universales conlleva a la configuración de una nueva realidad que el Estado debe asumir, la homogeneización de nuevo de sus habitantes con la reincorporación de los recién llegados. Su Población ha sufrido una modificación que puede hacer replantear al Estado algunos aspectos de su Weltanschauung y del trato con sus siervos.

    Gobierno supraestatal: aquí el Estado juega su última carta política exclusivamente, la de mantener su soberanía en ciertos ámbitos que definen su independencia y la salvaguarda de esta ( el ejemplo más claro: la defensa ). Ya que la economía está transfronterizada y las empresas nacionales tienen todas las que perder con empresas más competitivas ya “apátridas”, ya que la Población está en una fase de “asimilación” con nuevos habitantes de orígenes diversos, el Estado intenta por todos les medios mantener una posición de fuerza como actor internacional con voz y voto. El ejemplo más claro es la lentitud en el avance del Gobierno “mundial” de Naciones Unidas, en el que los Estados se resisten a ceder más competencias soberanas con tal de poder seguir manteniendo el rol de actor internacional y por ende poder ser sujeto de negociación en el ámbito que sea sin necesidad de consultar ni “pasar el filtro” de ninguna organización internacional. Caso distinto en este último aspecto es el de la Unión Europea, en el que el nivel de integración estatal es muy elevado, pero que sigue siendo insuficiente como para estar hablando de un único actor internacional.

    Esta es la baza desesperada con la que juega el Estado para mantener el Poder, no ya en su interior, que lo sigue detentando, sino respecto a los demás Estados.

    Según algunos autores, esta voluntad de manutención de soberanías claves viene a concluir que la Globalización no hace más que reforzar el papel de los Estados, pero observando los otros dos puntos anteriores, podemos constatar que es al contrario, que este aparente “reforzamiento” es sólo una reacción de supervivencia del Poder para no ser absorbido por uno mayor y más amorfo. Por eso, todo tratado, ley o acuerdo internacional que no haya sido realizado por una organización internacional sino por Estados independientemente, tiene todos los puntos para ser un texto de refuerzo individual del papel del Estado en la esfera de la política, la economía y del Poder.

    Existen a partir de aquí dos visiones enfrentadas de cómo el Estado puede sobrevivir a la Globalización. La primera consiste en el fortalecimiento de los actuales Estados-nación, de la reafirmación de su soberanía por encima de todo acuerdo, lo que comporta a una situación tensa entre Estados geográficamente cercanos y recordando una situación parecida a las del siglo XIX y XX. Esta visión chauvinista del Estado se resiste a abandonar el comportamiento exclusivista y debilitante respecto a unos Estados-potencia que tienden a engullir a los pequeños en organizaciones, tratados y alianzas antinaturales que acaban por convertir a los Estados exclusivistas en meras colonias de algún aspecto – o de todos – de la gran potencia ( lo militar, lo económico, lo cultural ).

    Por otro lado está la concepción de las “Grandes Patrias”, esta es, la de la creación de bloques geopolíticos unidos bajo una forma de Estado único y descentralizado que propicie la aparición de una competencia “de igual a igual” de estos bloques con los Estados-potencia. Estos bloques podrían corresponder a la América central y del sur, al subcontinente indio, África subsahariana, la “Nación Islámica” africano-asiática, y la Europa unida a Rusia – otras teorías dentro de este bloque abogan por la unión de Eurasia al completo-. Esta visión que esgrimen pensadores que asesoraron desde a Hugo Chávez hasta Vladimir Putin ( como Norberto Ceresole y Alexander Duguin, respectivamente ) intenta buscar un freno al super-desarrollo de los EEUU y de China como los dos grandes Estados-potencia que, de no surgir estas nuevas uniones continentales, marcarían a voluntad el destino de los pueblos del mundo tal y como sucedió en la Guerra Fría entre los mismos EEUU y la URSS, en distintas condiciones. Sería una unión bastante inspirada en la idea de IMPERIVM romano más que en una unión federal clásica al estilo norteamericano. Se hablaría pues de crear “supernaciones” con un Territorio, una Población y un Gobierno de grandiosas dimensiones pero justamente antiglobalizadoras en el sentido del respeto total hacia las identidades que componen estas nuevas formas, esto es, que el combate identitario sea el cuadrilátero sobre el que se enfrentarán las potencias, la homogeneización globalizadora frente la heterogeneidad identitaria. No sería una simple unión geográfica, sino estratégica, controlando las vías directas de comunicación marítimas y terrestres entre zonas geográficas cuya Población es más o menos “homogénea” 6.

    Para concluir con este capítulo, cabe decir que la Globalización se ha convertido en el enemigo principal del Estado si busca su supervivencia intemporal, habiendo sido este mismo fenómeno mundial un hijo “indeseado” del mismo Estado que se emparejó con el sistema económico capitalista. El capitalismo, irremediablemente, por su propia naturaleza que necesita de expandir el mercado, su oferta y su demanda, cada vez a más número de oferentes y demandantes para poder sobrevivir, ha engendrado al fenómeno de la Globalización, en la idea subyacente de progreso infinito que va ligada a la de capitalismo. Es así como el Estado ha topado con el obstáculo que le hará redefinir su propia naturaleza y decidir qué camino debe tomar para su supervivencia como organismo independiente y soberano de sí mismo: si un recorrido en soledad y en plena competencia con multitud de Estados similares – desembocando irremediablemente en nuevos conflictos que no pueden hacer más que reforzar a los grandes Estados-potencia – o bien la unión de selectos Estados con unas necesidades similares alrededor de unos nexos, sean estos identitarios o sean geoestratégicos puramente, en grandes bloques geopolíticos capaces de competir con los Estados-potencia que imperarán en el mañana.

    Jordi de la Fuente
    National Secretary of Political Action
    of the Republican Social Movement (MSR)

    Bibliografía

    Libros consultados:

    DE LA DEHESA, G. 2003 “Globalización, desigualdad y pobreza”, Alianza Editorial.
    FRANCIA, S. 1994 “Il pensiero Tradizionale di Julius Evola”, Società Editrice Barbarossa, Italia.
    JACOB, A. 2004 “NOBILITAS: ¿Aristocracia o Democracia?”, Ediciones Ojeda
    RODAS, I. 2001 “El movimiento anticapitalista y el Estado”, Colección Hilo Rojo, Ediciones Curso
    ROMA, P. 2001 “Jaque a la Globalización”, Grupo Editorial Random House Mondadori, Colección Debolsillo.
    THIRIART, J. 1964 “Arriba Europa”, reedición por la Asociación Cultural Oppida en 2000.

    Textos y revistas consultados:

    AGUILAR. J. A. 2005 “Dialéctica y sistema ( Reivindicando a Hegel )” en Nihil Obstat. Nº 5, ENR, Barcelona.
    NEGRETTO, G. 2003 “El concepto de decisionismo en Carl Schmitt.
    El poder negativo de la excepción” en Revista Sociedad, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
    TERRACCIANO, C. “Rebelión contra el Mundialismo Moderno”, Cuadernos para la disidencia Nº 1, CELE, Madrid.
    VVAA 1973 “Maoísmo y tradición” en Quaderni del Veltro, Bolonia.
    VVAA 2002 “Estados Unidos: imperio o poder hegemónico” La Vanguardia Dossier nº 7, Barcelona.
    VVAA 2006 “Teoria de l’Estat”, selección de textos, Universitat Pompeu Fabra, Barcelona.
    Semanal El País, número 1381

    Internet:

    “Ceresole y Chávez”, jorgeasisdigital.com
    DUGUIN, A. “Metafísica del Nacional Bolchevismo”, redvértice.com
    ILLICH ULLIANOV, V. “LENIN” 1919 “Sobre el Estado”, marxists.com


    1 J. F. Mira, “Crítica de la nació pura”.

    2 Se entiende que a partir de aquí se hablará de violencia legítima exclusivamente, no la “ilegal” que puedan ejercer grupos o individuos al margen de la del Estado.

    3 Este cuadro debe ser leído de arriba hacia abajo.

    4 Arendt, Hanna, “Sobre la violencia”.

    6 Samuel Huntington, Perspectivas de la democracia, FCPyS, México 1987, pág. 26.

    5 No es del todo correcta esta expresión. Puede existir afinidad entre Poblaciones, como es el caso europeo y de la “Nación Europea” por su origen mayoritariamente común – indoeuropeo – y su raíz cultural y social basada en estructuras muy parecidas y que realmente partieron de una misma forma tribal organizativa. También es el caso de la “Nación islámica”, fundamentalmente por la conservación del factor religioso y por su capacidad aglutinante que aún conserva, pese a los intentos de EEUU de desestabilizarlo con alianzas entre Estados como Marruecos, Egipto o Arabia Saudí y EEUU. El caso centro-suramericano tiene que ver con su pasado colonial y la necesidad estratégica por encima de cualquier pauta cultural, que también existe, común. El subcontinente indio es sumamente grande, homogéneo y contenedor de la política china y por ello mismo es justificable. El África subsahariana es eminentemente de tradición muy particular y su unión estaría ligada a un criterio de homogeneidad de grandes rasgos identitarios y de necesidad total frente a la agresión de las demás potencias, siendo este área especialmente vulnerable en sus comienzos. De todas formas, esta discusión teórica puede carecer de peso en el momento que hablamos de Realpolitik y juegos de diplomacias.

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