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Claudio Mutti|Prólogo a Las Cruzadas del Tío Sam|17-08-2009
    17 àâãóñòà 2009, 23:09
 

Claudio Mutti

Prólogo a Las Cruzadas del Tío Sam


“Hay algo en el Corán de belicoso y de fuerte, algo viril, algo que se puede denominar romano“.

Maurice Bardeche, Qu´est-ce que le Fascisme?

“Nos atrevemos a proseguir y explorar las pistas abiertas por un visionario, un tal Friedrich Nietzsche“.

Así nos exhorta en su Archéofuturisme (París, 1998) [1] Guillaume Faye, que cita el Anticristo como uno de los dos libros que le han “marcado para siempre”. Pero, por lo que parece, al teórico del arqueofuturismo no le ha dejado una huella demasiado profunda el parágrafo 60, en el cual Nietzsche exalta la civilización de la España musulmana, “más cercana a nosotros, en último término, que Grecia y Roma, porque nos hablaba con mayor fuerza a nuestra sensibilidad y a nuestro gusto”, haciendo suyo el programa de Federico II de Suabia: “Paz, amistad con el Islam”.[2]

Una meditación correcta sobre estas páginas de Nietzsche tal vez hubiera inducido a Guillaume Faye a reflexionar de forma positiva acerca del papel que tuvo el Islam en la visión política y metapolítica de este Emperador… arqueofuturista, al cual los musulmanes se dirigían con la fórmula de saludo reservada a los verdaderos Creyentes. Historiadores como Michele Amari, Ernest Kantorowicz y Raffaello Morghen se han detenido sobre la “inclinación al islamismo” [3] del gran Stauffen y su admiración por la institución del Califato, demostrando cómo el Emperador suabo, que “al coránico Rey de reyes, más que al Dios cristiano, había elevado milagrosamente por encima de todos los príncipes de la tierra” [4], soñaba con un Imperio teocrático semejante al islámico, no en vano sus detractores lo llamaban “sultán bautizado”.

Aún así, Nietzsche ha gozado entre otros lectores de mayor fortuna que la encontrada junto a Guillaume Faye. De hecho, ya en 1913, “Nietzsche y el Corán” [5] eran las lecturas de Benito Mussolini, que en el trascurso de su triunfal visita a Libia rendiría homenaje al sepulcro de un Compañero del Profeta y empuñaría la Espada del Islam, estableciendo posteriormente, en el punto 8 del Manifiesto de Verona, que el “respeto absoluto de los pueblos musulmanes” debería constituir un principio básico de la política exterior de la Nueva Europa.

Mientras tanto en Berlín, donde la bandera de Palestina fue la única que tuvo el privilegio de ondear junto a la del Reich, el Führer declaraba: “Los únicos a los que considero dignos de confianza son los musulmanes” [6] y promovía las conversiones al Islam. Evocando las páginas del Anticristo olvidadas por Guillaume Faye, el mismo al que los Musulmanes designaban con el título honorífico de Hajji o con los patronímicos de Haydar y Abu Alí, confesaba a sus íntimos: “En España, bajo la dominación de los Árabes, la civilización alcanzó un nivel que raramente se ha repetido. La intromisión del cristianismo ha traído el triunfo de la barbarie. El espíritu caballeresco de los Castellanos es efectivamente una herencia de los Árabes. Si Carlos Martel hubiera sido derrotado, el mundo habría mudado su faz. Ya que el mundo estaba condenado a la influencia judaica (y su subproducto, el cristianismo, ¡es algo tan insípido!), hubiera sido mejor que triunfara el Islam. Esta religión recompensa el heroísmo, promete a los guerreros la gloria del séptimo cielo… ” [7] Por otro lado, según Hans F.K. Günther, “Hitler bien podría evocar la figura de un Muhammad”.[8]

En la patria de Nietzsche otro gran Europeo había proclamado su adhesión a los principios islámicos. Las cartas de Goethe incluyen frases de este tenor: “Antes o después deberemos profesar el Islam”: “Es en el Islam donde encuentro totalmente reflejadas mis ideas”; “Que el Corán sea el Libro de los libros, yo lo creo como lo cree un musulmán”; “Debemos perseverar en el Islam”. En sus Noten und Abhandlungen zum West-östlichen Divan, Goethe se expresa de manera inequívoca acerca de los de los dos puntos fundamentales que constituyen la esencia doctrinal del Islam. De hecho, atestigua la doctrina de la Unidad divina en los siguientes términos: “La fe en el único Dios tiene siempre el efecto de elevar el espíritu, porque señala al hombre la unidad de su propio ser”. En cuanto a la misión profética de Muhammad, Goethe la define con estas palabras: “Él es un profeta y no un poeta, por ello el Corán debe considerarse como una ley divina, no el libro de un ser humano, escrito con fines ilustrativos o de entretenimiento”.[9]

Tras haber hecho mención de Goethe y de Nietzsche, consideramos de interés citar un hecho, poco conocido, de otro escritor alemán. En los días 16,17 y 18 de octubre de 1989 se celebró en Bilbao un Congreso en honor de Ernest Jünger, que concluyó con la entrega del doctorado honoris causa a dicho autor por parte de la Universidad del País Vasco. En el acto participaron algunas personalidades de la cultura europea, entre ellas el escritor rumano Vintila Horia, que hizo hincapié en la relación de Jünger con Heidegger y Heisenberg. Por su parte el shayk Abdelqader al-Murabit, maestro de un grupo sufí particularmente extendido en España, Alemania y Escocia, pareció querer proponer la conclusión islámica como solución a la problemática planteada desde la obra jüngeriana: “Freiheit ist Existenz. La libertad es existencia. Es decir que no ha de haber sumisión fuera de la Divinidad, y a esto se le llama Islam. Pero esto –concluía el shaykh- es un tema para ‘otra ocasión’”. También el profesor Omar Amín Kohl, del Freiburg Institut für Freiheitstudien, enmarcó simultáneamente la obra de Jünger y de Heiddeger siguiendo una perspectiva análoga. (Por lo demás, en lo que concierne específicamente a Heidegger, sabido es el interés mostrado por su obra en ambientes musulmanes). Al final del Congreso, Jünger declaró públicamente que reconocía la validez de los principios del Islam. A este respecto, resulta muy elocuente el texto de la dedicatoria que el escritor estampó sobre su propia fotografía, de la cual hizo entrega al shaykh Abdelqader.

El otro autor del que Guillaume Faye afirma haberle “marcado para siempre” es Walter F. Otto. Pero ni siquiera en este caso su lectura parece haber sido provechosa para su lector francés, que sostiene que el politeísmo constituiría el aspecto característico de la tradición europea y, en particular, del denominado “paganismo”. Y sin embargo, Walter Otto ha sido claro: “La multiplicidad de los dioses en la religión griega, piedra de escándalo para hombres de otra y contrapuesta fe, no está en disconformidad con el monoteísmo, sino que es quizá la forma más viva y abierta de él. Cualquier opinión puede expresarse en lo que respecta a cada dios particular, pero al final se mantiene siempre que la voluntad de Zeus todo los determina. La grandeza de Zeus es por tanto única y omniabarcante”.

Escuchemos a Esquilo (Agamennone, vv. 160-165): “Zeus, sea quien fuere, [...] no puede ser comparado a nadie fuera de Él mismo” (Zeus, hostis pot´esin [...] ouk echo proseikasai plen Dios). Son palabras que parecen anticipar la primera shahâda (lâ ilâha illâ Allâh) y que ratifican absolutamente la doctrina de la unidad divina, tres siglos después de que el propio Homero, en el VIII libro de la Ilíada, hubiera proclamado el carácter puramente aparente de la multiplicidad de los dioses.

Pero la escuela de pensamiento en la que se ha formado Guillaume Faye está convencida de que la antigüedad europea es “politeísta” y que el “monoteísmo” pertenece en exclusiva al judeo-cristianismo, incluso, a la denominada “familia abráhamica”. Para desmentir una afirmación de este tipo, sería suficiente remitirse a la autoridad del Emperador Juliano. Este último ha dejado escrito que Abraham, en tanto Caldeo, “de una raza sagrada y teúrgica”, ofrecía frecuentes sacrificios al igual que los Griegos y practicaba métodos adivinatorios análogos a los utilizados por el propio Juliano. (Contra Galileos, 345B-358D. Además, Juliano dispuso una serie de inscripciones que, según Spengler, sólo pueden traducirse de este modo: “Hay un solo Dios y Juliano es su Profeta” [10]. Así, más recientemente, Jacques Fontaine ha vuelto a proponer, en referencia a la religión que Juliano ejerció como pontifex maximus, el concepto de “monoteísmo solar”[11]. Según este profesor de La Sorbona, que ha trazado un curioso paralelismo entre Juliano y el Imam Jomeini, la forma que la tradición greco-romana asumió bajo el principado juliánico fue la de “una síntesis de todas las religiones y las teologías paganas, bajo el signo del monoteísmo solar “[12]. En otros términos: “Juliano quiere demostrar a todos que el dios Helios es el único, verdadero dios”, así como en el diálogo Sobre la E de Delfos Plutarco había señalado al Apolo solar como el principio de la manifestación universal, el Supremo Sí de todo cuanto existe; del mismo modo a como Plotino había reconocido en el Uno el principio del ser y el centro de la posibilidad universal; así como Porfirio, que había hecho del neoplatonismo una especie de “religión del Libro” [13], había dedicado un tratado completo a la teología del monoteísmo solar.

El parentesco ideal entre la teología solar antigua y el Islam ha sido subrayado por un estudioso del calibre de Franz Altheim, que definió a los neoplatónicos como “la vanguardia de Muhammad y de su odio apasionado contra toda fe que asocie a Dios un ‘compañero’ ” [14], mientras un célebre estudio de Henry Corbin sobre la doctrina de la unidad divina en el Islam chiíta se abre con una evocación de la literatura surgida en los años veinte del novecientos alrededor del “drama religioso del Emperador Juliano”.[15]

Por su parte, el Islam ha reconocido en distintos representantes de la sabiduría griega a los abanderados de esa doctrina de la unidad (tawhîd) que constituye el núcleo y el fundamento esencial de la Tradición primordial: Tradición que el Islam, lejos de presentarse como una nueva religión, vuelve a plantear en la forma más adecuada a la presente fase de la historia humana.

Entre los maestros de la antigüedad europea reconocidos como tales por el Islam hay que citar en primer lugar a Platón, que los musulmanes han llamado a menudo “imâm de los filósofos” y que en las páginas inspiradas de Gelaleddin Rumî figura como el “Polo de su tiempo”, es decir: como la máxima autoridad espiritual de la humanidad de su tiempo. Un papel análogo le ha sido atribuido a Pitágoras, que en un texto medieval de origen árabe, la Turba philosophrum, preside la asamblea de los sabios de la antigüedad; y a Aristóteles, que fue simbólicamente proclamado “visir de Alejandría” cuando las tropas musulmanas conquistaron la ciudad egipcia. Tampoco podía faltar entre los astros griegos del firmamento sapiencial islámico Plotino (el shaykh de los Griegos), el neoplatónico Proclo (Ubruqlus para los Árabes) y el mismo Apolonio de Tiana (Bâlînûs), por citar sólo algunos.

Pero los antiguos, según Guillaume Faye, deben ser asociados a los futuristas. Es preciso, escribe, “reconciliar Evola con Marinetti”. Tal vez Faye no recuerda que precisamente Evola ha definido al Islam como “tradición de nivel superior no solo al judaísmo, sino también a las creencias que conquistaron Occidente” [16] y que en un escrito de 1933 titulado La fascinación de Egipto la atención de Marinetti quedó cautivada por el “sacro mecanismo de los Derviches”. Y si existió un intento de lograr la reconciliación entre el tradicionalismo y el futurismo, ocurrió bajo el signo del Islam, cuando Valentine de Saint-Point, la nieta de Lamartine autora del Manifiesto de la mujer futurista, se hizo musulmana frecuentando la casa de René Guénon hasta la muerte de este último.

Confiemos en que Guillaume Faye lo haga mejor…

Por Claudio Mutti (Prólogo a Las Cruzadas del Tío Sam [17])

NOTAS

[1] NdelT.- Existe traducción on-line al castellano de esta obra en la web de la Asociación cultural Disidencias

[2] En lo concerniente a la relación de Nietzsche con el Islam y la suerte de Nietzsche entre los musulmanes, a falta de algo mejor remitiremos al lector a nuestro ensayo Nietzsche y el Islam, Êditions Hérode, Chalon-sur-Saône, 1994

[3] Raffaello Morghen, Medioevo cristiano, Laterza, Bari 1970, p. 175

[4] Michele Amari, Storia dei Musulmani di Sicilia, Catania 1933, vol. III, p. 659

[5] Leda Ravanelli, Una donna e Mussolini, Rizzoli, Milano 1946, p. 24.

[6] “Die einzigen, die ich für zuverlässig halte, sind die reinen Mohammedaner” (Hitlers Lagebesprechungen im Führerhauptquartier, compilación de H. Heiber, Darmstadt-Wien 1963, p. 46).

[7] Adolf Hitler, Bormann-Vermerke; edizione italiana: Idee sul destino del mondo, Edizioni di Ar, Padova 1980, vol. III, pp. 582-583. [Ndel T.- Cf. Anatomía de un dictador. Hitler. Conversaciones de sobremesa en el cuartel general del Führer, 1941-1942. Grijalbo, 1965]

[8] Hans F. K. Günther, Mon témoignage sur Adolf Hitler, Pardès, Puiseaux 1990, p. 42.

[9] NdelT.- Cf. “Goethe como musulmán” por Hajj Abu Baker Rieger, en Handschar.Revista de Historia y Pensamiento, nº2, año II, primavera-verano 2001/1422

[10] Oswald Spengler, Der Untergang des Abendlandes, vol. II (Welthistorische Perspektiven), Beck, München 1922; edizione italiana: Il tramonto dell’Occidente, Longanesi, Milano 1957, p. 970. [NdelT.-Edición española: La Decadencia de Occidente, pg. 240, II, Espasa-Calpe, Madrid, 1983]

[11] Imperatore e khomeinista, Intervista con Jacques Fontaine di Sandro Ottolenghi, “Panorama”, 7 giugno 1987, p. 143.

[12] Jacques Fontaine, Introduzione a: Giuliano Imperatore, Alla Madre degli dèi e altri discorsi, Fondazione Lorenzo Valla, Mondadori, Milano 1990, p. lV

[13] Nuccio D’Anna, Il neoplatonismo. Significato e dottrine di un movimento spirituale, Il Cerchio, Rimini 1988, p. 22.

[14] Franz Altheim, Dall’antichità al Medioevo. Il volto della sera e del mattino, Sansoni, Firenze 1961, p. 15. Véase sobre todo, di F. Altheim, Il dio invitto. Cristianesimo e culti solari, Feltrinelli, Milano 1960, donde la relación entre teología solar e Islam es situada en el transfondo del progresivo avance del monoteísmo solar en la antigüedad tardía. “Recientemente ha sido subrayada la íntima afinidad entre del monofisismo con el Islam. Se ha definido a Eutiquio, uno de los padres de la doctrina monofisista, como uno de los precursores de Muhammad. La predicación de Muhammmad está inspirada efectivamente en la idea de unidad, en la idea de que Dios no podía tener ningún ‘compañero’ colocándose de esta forma en la misma línea de sus predecesores y afines neoplatónicos y monofisistas. Sólo que la pasión religiosa del Profeta supo dar un relieve mucho más vigoroso a lo que otros antes de él había sentido y anhelado” (F. Altheim, Il dio invitto, cit., p. 121). Este estudio de Altheim no ha vuelto a ser impreso por el editor italiano. ¿Quizás la Feltrinelli se ha enterado que Altheim fue nacionalsocialista y SS durante el Tercer Reich y Nacionalcomunista en la Alemania Oriental?

[15] Henry Corbin, Il paradosso del monoteismo, Marietti, Casale Monferrato 1986, p. 3.

[16] Julius Evola, Rivolta contro il mondo moderno, Bocca, Milano 1951, p. 324. [NdelT.- Cf. Rebelión contra el mundo moderno, Heracles, Buenos Aires, 1994. p.307] Sobre las relaciones de Evola con el Islam, remitimos a nuestro estudio: Evola e l’Islam, en Avium voces, Edizioni all’insegna del Veltro, Parma 1998, pp. 67-87.

[17] Tahir de la Nive, Les Croisés de l’Oncle Sam Une Réponse européenne à Guillaume Faye et aux islamophobes Préface de Claudio Mutti. Postfaces de Tiberio Graziani et Christian Bouchet Avatar éditions (webmestre@voxnr.com), 220 pages, prix: 21 euros


  
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